
Segundas partes nunca fueron buenas. Cristiano cogió el balón con la decisión del que se sabe jugador más desequilibrante del momento. Sabe que él debe marcar la diferencia (ya lo hizo en el primer tiempo) y está dispuesto a ello. En su cabeza, ya ha marcado el gol. Coloca el esférico en el punto de penalti. Retrocede unos cuantos metros. Mira la portería. Inicia la carrera. Da dos zancadas sin apartar la vista del arco, esperando algún movimiento en falso del meta, pero no ve nada. Se frena tratando de engañar, y nada.... En ese momento se acabó el penalti. El jugador convencido de ser un semidios pasa a ser un simple mortal atemorizado por la situación, por el ambiente, por la responsabilidad. La portería se achica a la misma velocidad que el arquero se agranda. En milésimas de segundo a pasado de meter el gol, a tener que tirar el penalti de nuevo, pero esta vez de verdad. Sin confianza y sin un objetivo, golpea el balón con la pierna agarrotada.
No pasa nada, los más grandes también fallaron donde tú.
La importancia de fallar en el momento adecuado. Ramón Calderón estaba presente en el palco del Luzhniki Stadium a la caza de C. Ronaldo. En la mente del mandatario madridista, un pensamiento: "que pierda el Manchester". La idea es sencilla, si no es capaz de ganar la Champions con su equipo, buscará otro que le de esa posibilidad... y ¿quién mejor que Real Madrid para ello? Esto ya ocurrió con Zidane. Sin embargo, cuando el portugués falló el penalti, no pude evitar pensar que si perdían aquella final, no dejaría el club. Habrían perdido por él y el ánimo de revancha (cuando aun se tiene ambre de títulos) sería mayor que cualquier oferta que pudiera presentar el Madrid. Por suerte para los blancos, finalmente ganó el Manchester y todo queda abierto. Dos opciones:
- Ya he ganado todo con el Manchester (Liga y Champions) Ahora voy a buscar otros retos
- El Manchester me ha demostrado que puedo aspirar a todo con ellos, ¿para qué marcharme a otro sitio peor?
Verano de culebrón